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Primer epílogo del autor y Parte 1: Un hombre enamorado es un tonto (fragmento) de CANCIÓN DESDE LA HUÍDA

Autor: Andrés Casanova

 

 

 

Primer epílogo del autor

Quizás la culpa de que yo haya escrito esta historia de la vida real como si fuese una trama la hayan tenido en primer lugar Armandito y Carmencita, aunque no descarto a mis demás compañeros y amigos de la Uneac en Las Tunas e incluso a aquellos que sin odiarme, jamás me miraron con ojos de bondad. Todos han sido culpables de que yo abandone mis temas habituales para dedicarme durante tantos meses a escribir esta historia propia de la postmodernidad.

Estaba una tarde en la casa de Armandito y Carmencita, como siempre fue mi costumbre, para beber un trago de café recién colado, cuando se le ocurrió a Ramiro Duarte pasar por allí con su característico caminar de campana bamboleante y desde que llegó a la sala donde Armandito y yo nos leíamos los últimos poemas escritos por ambos, comenzaron sus provocaciones contra mí. Decía Ramiro llevar escrito casi medio centenar de décimas humorísticas, y amenazaba con dedicarme uno de sus ríspidos poemas al estilo de Hay que casanovizarse, con el cual se había ganado cincuenta pesos (cubanos, valga la aclaración, que no de los llamados convertibles, de mayor valor monetario) en el concurso de poesías de cordel de una de las jornadas cucalambeanas que se celebran en nuestra ciudad.

Un poco después, café de por medio y bromas aparte, se incorporó Carmencita al grupo y comenzó a hablarnos de la diferencia del tratamiento del tema amoroso en la literatura y las artes plásticas, y Armandito no pudo guardar silencio: le machacaban las bolas (fue su eufemismo) esos conceptos tardíos sobre el conceptualismo que estaban esgrimiendo algunos en Cuba y era momento ya de paralizar la ola de estupideces que se cometían con el pretexto de los ismos.

Armandito, había olvidado decirlo, se caracteriza por ser supersanguíneo. No alza la voz por incomodidad, sino por mala costumbre. Y tampoco demuestra hallarse soliviantado porque tenga mala leche, sino porque suele defender sus puntos de vista con la pasión propia de los gladiadores del circo romano, a quienes en la fuerza de los músculos les iba la supervivencia.

Cuando Carmencita advirtió: “El postmodernismo ha invadido hasta el amor, que ya intenta conceptualizarse como un fenómeno postestructural y semiótico”, aludiendo a un artículo del ruso Joushep Costailovich Travestinsky que acababa de leer en una Gaceta de Cuba, ahí mismo fue como si hubiese prendido la mecha de la polémica en el de por sí polemista Armando Canales Goizpozúa.

—Apuesto a que ya vienes con el ejemplo de lo que está sucediendo entre Ramiro y Milvia —ripostó con similar violencia a la de un boxeador cuando lanza un jab de derecha, si no es zurdo desde luego.

—Me refiero a la teoría de McEvilley sobre los diferentes contenidos de una obra de arte —se defendió Carmencita ya subida encima de la carriola polemista—. Lo que no niega la forma, sino que la complementa.

De pronto me vi confundido en medio de aquella discusión extemporánea. Para mí resultaba bien simple la teoría de McEvilley: con independencia de la forma con la que se elabore, construya o confeccione una obra de arte, hay contenidos que están dentro de esa obra y de los cuales el autor no siempre resulta consciente. Entonces, ¿a qué venía aquella violencia?

—¿A qué viene la violencia entre ustedes? —pregunté—. ¿Acaso fue que anoche durmieron de espaldas entre sí? —traté de bromear para rebajar tensiones.

—No, papa —chanceó Carmecita, según su forma de ser característica cuando se halla en plan de irse contra todas las banderas—, lo que pasa es que tú no conoces lo que está sucediendo entre Milvia y Ramiro.

—La parejita dispareja que vemos en casi todas las actividades de nosotros lo mismo en la Uneac, en la librería Fulgencio Oroz que en el Centro Cultural Huellas —ironizó Armandito.

Ramiro Duarte permanecía en silencio, pensativo. Según yo sabía, ese otro tal Ramiro del que hablaban Carmencita y Armandito nada tenía que ver con él, aunque estaba al tanto de los amoríos de su tocayo porque así es Ramiro, quiero decir Ramiro Duarte y lo aclaro para que no me acusen de anfibológico: se entera de cuanto acontece en nuestro mundillo literario.

—Milvia está buenísima —al fin salió Duarte de su mutismo; me había hablado en varias oportunidades de un ensayo que estaba escribiendo titulado Amor, sexo y literatura en la postmodernidad, por medio del cual teorizaba acerca de las diferencias entre los amores del Quijote y Dulcinea y los de Calixto y Melibea.

—¿Y qué? —casi fue ofensiva en el tono Carmencita.

—Que si el autor aprende y domina en la práctica la teoría de McEvilley —fue guasón Ramiro—, estará en condiciones de aplicar de manera consciente la teoría de los contenidos en sus obras artísticas, de manera que la forma que emplea se corresponda con los contenidos que él desea imprimirle a cada obra en particular.

Armandito es enemigo de guardar silencio aunque nada tenga que decir.

—Y defender cada obra concreta que elabore de una manera más efectiva —dijo atravesándose en mis intenciones de tomar la palabra, porque yo pretendía atacar a los conceptualistas de la Academia Profesional de Artes Plásticas de nuestra ciudad donde trabajaba como profesora adjunta Carmencita, los que me tenían hasta los pelos de las narices con sus teorías y divinidades que a nada conducían, pues desde hacía más de diez años no exponían ni una sola obra de arte que valiera la pena por estar conceptualizándolo todo, desde la basura que botaban todos los días para que la recogiera un carretonero hasta la natilla de chocolate que servían en el comedor de la Academia.

Llegó un momento en que más que conversando, estábamos en medio de una algazara tan escandalosa, que habíamos agotado todo el café colado por Carmencita unos minutos antes. A estas alturas, yo no podía expresarme porque nadie me escuchaba. Hubiera querido explicarles que McEvilley no sólo servía para el autor, sino también para el consumidor, el llamado espectador o lector según se tratara de una u otra manifestación artística. Sin embargo, Armandito continuaba aferrado a sus concepciones particulares: la teoría macquiviliana estaba en función de evaluar correctamente las obras por parte de su propio autor, determinando algunos contenidos que aparecen en las mismas y que el artista no los advierte durante el proceso de creación, concluyó luego de una extensa perorata.

En ese instante hizo su entrada Alberto Garrido. Repartiendo bendiciones. Sonriente. Diciendo que le daba la gloria a Dios porque sabía que en alguna oportunidad quienes aún no lo habían hecho se iban a rendir a los pies de Cristo. Carmencita, agnóstica confesa, y Armandito, quien asistía algunas veces a la Iglesia Pentecostal, sonrieron de la manera que lo hacían siempre que Garrido, evangelista a toda prueba, entraba con su aire de Jesucristo joven pregonando las buenas nuevas de la salvación. Ramiro Duarte, girando entre el espiritismo y la cristiandad menos ortodoxa, tamborileó con los dedos encima del brazo del mueble donde se hallaba sentado y le aclaró:

—Estamos discutiendo sobre McEvilley.

Garrido también sonrió. Creí que iba a hablar de la doctrina de la salvación cuando entró una de las mujeres más hermosas que con frecuencia llegaba a aquella casa. De muslos macizos expuestos por el milagro de un short escaso de tela, una mínima blusa que dejaba al descubierto su terso vientre incitante e invitador de las delicias, y unas sandalias apenas visibles que no podían llamarse en propiedad calzado porque en realidad parecía andar descalza. Linda, o más propiamente inmensamente linda, es una treintiañera de las que explotan en su hermosura como si en ellas comenzara y concluyera la belleza. Indiscutiblemente que se trataba de Milvia.

Mientras los demás se deshacían en requiebros, unos de broma, otros escondiendo la seriedad detrás de la supuesta jarana, Garrido, Carmencita y yo estábamos intentado acercarnos al concepto en su esencia porque la intención de ellos dos era ayudarme a delimitar la defensa que habría de hacer dentro de unos meses de mi tesis de maestría.

—Lo que pasa es que el artista concibe la obra en su cerebro, la piensa una y otra vez; como si dijéramos, la va incubando poquito a poco, en un proceso más o menos rápido en dependencia de sus características personales.

Carmencita frunció el entrecejo en uno de sus gestos característicos y entonces nos lanzó una larga parrafada.

—Bueno Garrido, tal vez eso te suceda a ti de ese modo con tus novelas, con tus cuentos o tus poesías, pero yo mis cuadros no los sufro de la misma manera. No hablo de incubación, sino de parto. Soy una parturienta de mis obras plásticas, soy toda dolor frente al lienzo vacío. Boceto tras boceto, alternativa va y alternativa viene, el feto me va creciendo desde los dedos de los pies hasta la última de mis neuronas. Como si dijéramos, la idea es el semen que me fecunda.—Pues a mí —les dije— las novelas no se me dan ni como incubación mental ni como fecundación alternativa. Lo mío parte de un análisis circunstancial, cuya duración está en dependencia del tiempo disponible y por qué no, de mi propio talento. Para mí las alternativas no son posibilidades, sino realidades concretas. Y elijo entre todas la que me parezca mejor.

—Ya sé —fue condescendiente Carmencita—, elaboras un proyecto detallado de la solución que eliges.

—Depende —le respondí—. Tú sabes bien que estoy manejando en mi tesis de candidatura la teoría de la novela noplán.

—Los proyectos detallados son una obligación academicista —terció Garrido, viendo que perdía terreno para hablar sobre Dios porque Ramiro Duarte y Armandito conversaban de literatura con Milvia—. O una necesidad comercial. Son como los exámenes absurdos que deben aprobarles los estudiantes a un caprichoso profesor como ese al que le decimos El Ruso, quiero decir, Jouseph Mijailovich Costanevich.

Carmencita, como profesora de la Academia Profesional de Artes Plásticas, comenzó a soliviantarse. Las comisuras de los labios le temblaban y movía los pies de manera nerviosa.

—No me estarás queriendo insinuar que yo no enseño a mis estudiantes, sino que los obligo a complacer mis caprichos estéticos.

Garrido, imperturbable, sabía que el tema sacaba de su paz a Cermencita, por lo que trató de imprimirle un tono amistoso a las palabras.

—Lo que quiero decir es que con proyecto o sin él, toda obra de arte se mueve en tres fases. El tiempo de ejecución, la búsqueda de soluciones y la inconformidad del artista.

—¡Ahora sí se soltó el loco de la teoría! —se burló Carmencita.

—Precisamente —intenté aliviar las tensiones—, fui jurado en una oportunidad y leí un cuento titulado El loco y la pintora.

—No me dirás que se refería a Armandito y a mí.

—Se refería al proceso creativo. Al tiempo de ejecución variable de la obra en dependencia del tiempo disponible, el interés personal del artista y el tiempo que se le otorga al que yo llamo El Gran Censor.

—¿El Gran Censor?

—Profesor, dueño de galería de arte o su director, editor, jurado o convocante de un concurso. Quizás también el simple comprador que va a invertir en la compra de tu cuadro para colgarlo en la sala de su vivienda pueda convertirse en lo que llamo El Gran Censor.

—No sé. A mí nadie me compra cuadros para exhibirlos en su sala.

—Será porque eres una pésima pintora.

—¡Garrido, respétame!

—Tú sabes que es jugando, flaquita. Lo que quiero decir es que a la búsqueda de soluciones nos obliga la propia creación.

—En eso sí estoy de acuerdo contigo. Las dificultades con los materiales disponibles, los medios de trabajo y el espacio que tiene mi taller, me han obligado a inventar.

Poco a poco, me fui desentendiendo de la realidad que me rodeaba, abstrayéndome dentro de mí mismo, y me dije que tanta sobrecarga de trabajo había acabado por agobiarme. La tesis de maestría. La novela que no acababa de aparecer. Mi próxima gira por España y Portugal. El agotamiento de tanto pensar el tema de la postmodernidad. El artista tiene que ser un inconforme, pensé. Estar preparado para evaluar de manera objetiva su obra. Y no acababa de convencerme: la teoría de los contenidos de Mc Evilley era una más entre las tantas que venían surgiendo desde la década del sesenta del siglo veinte cuando la humanidad comprendió que Julio Verne no fue ningún iluso y mucho menos un alienado mental. El ser humano era capaz de romper la cáscara que lo mantenía atado a la condición de terrícola para respirar en el espacio extraterrestre y mirar la grandeza de ese espacio desde el espacio mismo: así quedaba inaugurada la postmodernidad. Que no era un simple nombre, sino un concepto de todos los conceptos que surgirían durante los años posteriores no solo en arte, sino también en el eje de las Ciencias, la Filosofía, la Psicología, e incluso en el terreno general de lo que podríamos llamar la Medicina.

De pronto, me sorprendí observando a Milvia y cuando fui consciente de ello, advertí que no lo hacía por su hermosura sino por una cuestión conceptual: era el símbolo de la mujer postmoderna, deseante y deseada. Era el concepto de Mujer en su sentido más estricto y general, y en ese instante un chispazo reventó dentro de mi entendimiento: ella representaba el arquetipo de la mujer de la postmodernidad.

Al llegar a esta conclusión, comprendí que ya estaba planeando mi nueva novela noplán. Levantándome de donde me encontraba sentado, saludé de vaga manera con la mano izquierda y comencé la huída hasta mi taller de fabricar ficciones.

—¿Dónde tú vas? —se extrañó Carmencita, que en ese mismo momento regresaba de la cocina donde preparaba un arroz con camarones para todos sus invitados, nosotros y los que faltaban.

—Voy tumbando —le dije como el más vulgar de mis personajes—. Me acaba de entrar la fiebre del atún y si no descargo las primeras cuartillas, corro el riesgo de que tengan que ingresarme en las nubes de algodón.

Indudablemente, mi nueva novela que entroncaría con la tesis de maestría, iba a abordar el amor postmoderno entre Milvia y Ramiro, en caso de que pudiera demostrar la existencia del virus de la postmodernidad en ambos.

 

 

Parte 1: Un hombre enamorado es un tonto

(fragmento)

Día 1 de las grabaciones. Frente a la Dirección de Planificación donde trabaja Milvia con movimiento hacia el parque Vicente García / Exterior / Por la mañana temprano.

—Pasaba por aquí y me pareció que ibas a estar, por eso llegué para ver si te veía.

—Ya me viste. ¿Qué quieres?

—Hablar contigo.

—Espérate, déjame entrar a la oficina para llenar un modelo y si quieres nos sentamos un momento tranquilos en el parque.

—Bueno.

*

—Dime.

—Vamos a sentarnos en aquel banco que hace menos sol.

—Vamos.

*

—Siéntate.

—Pero no puedo estar mucho tiempo.

—Dame un chance.

—¿Para qué?

—Para decirte lo que traigo adentro.

—Pero dale muchacho.

—No te rías.

—Es que me da gracia. Como si tuviéramos quince años.

—¿Pensaste lo que hablamos anoche por teléfono?

—Hablamos de tantas cosas.

—No te hagas.

—Suéltame la mano que por aquí a cada rato pasa gente de mi trabajo.

—¿Y qué?

—Suéltame.

—Está bien.

*

—Mira, yo te he desnudado mi corazón prácticamente. No te miento cuando te dije anoche por teléfono que eres la mujer que estoy buscando. No soporto más la soledad en que vivo y a lo mejor tú crees que estoy inventando. Pero no. Te hablo totalmente como quien dice con el corazón en las manos. Yo te lo dije, que no soy como tú que siempre estás leyendo y estudiaste. Yo no. Yo lo que hago es trabajar y trabajar. Y lo único que te puedo ofrecer es mi cariño. Que eso segurito segurito que no te va a faltar. ¿Me entiendes?

—Mira, Ramiro, a mí no me gusta darle falsas esperanzas a nadie. Y yo por ahora, de veras, no pienso tener ninguna relación. Considera que no hace ni seis meses que me divorcié, y todavía como quien dice el papá de mi niña y yo no hemos terminado de partir los bienes.

—Ya eso lo hemos hablado otras veces. Y te digo lo que siempre te digo, que para mí Leovanis como si no existiera. Fíjate que nos hemos cruzado dos o tres veces hoy mismo, y me mira así atravesado y yo como si conmigo no fuera.

—Pero por favor, no vayas a buscar problemas con él.

—No es eso. Yo no soy bronquero, tú lo sabes. Lo que pasa es que no me gusta que ningún hombre se quiera hacer el sabroso conmigo.

*

—¿Te ríes?

—Me da gracia las cosas que dices. Hacerse el sabroso. Como si fueras un bocadito de lechón asado.

—Por cierto, se me había olvidado decírtelo. Te dejé en la casa de Mariana unos bocaditos que te compré y unos palitroques.

—¿Qué tú dices?

—¿Pero por qué pones esa cara?

—El otro día te dije que no me estés llevando comida. Que los vecinos van a creer que entre tú y yo hay algo.

—¿Pero no hay algo?

—Suéltame la mano.

—No seas arisca.

—No me digas esa palabra, que no me gusta. Me parece que me estás comparando con un animal salvaje.

—No seas boba.

—No seas boba no. Si tú quieres llegar a algo conmigo tienes que cambiar, lo primero que tienes que hacer es ponerte a estudiar.

—Pero mima, yo te dije…

—No me digas mima. No me gustan esas confiancitas tuyas.

—Está bien, está bien.

—Ajá, así es mejor. Tu manito bien lejos.

—Tú sabes, me gusta ese olor tan sabroso tuyo, siempre tan perfumadita, bien vestida. Con esos vestiditos lindos que tanto me gustan. Tu cuerpo…

—Ey, ey, para ahí mismo. No te pases de la raya que así empezaste aquella noche que te boté de la casa porque te creíste cosas porque yo me reí cuando me dijiste que cuando te abrí la puerta parecía que andaba desnuda.

—Carajo Milvia, qué recio tú me llevas.

—Las malas palabras. ¿Qué es lo que te digo cada vez que las dices?

—Perdóname. No va a volver a pasar.

*

—Tengo que irme ya.

—Quédate otro ratico. De veras, cuando estoy al lado tuyo el tiempo se me va como un soplido.

—Tengo que irme. Estoy trabajando. No se te olvide.

—Yo también estoy trabajando.

—Pues dale. Que después te buscas un problema con tu jefe.

 

Día 1 de las grabaciones. Dentro del automóvil oficial, en marcha, del jefe de Ramiro, en un recorrido por la carretera de Las Tunas a Puerto Padre con paradas intermedias hasta Vázquez / Interior / Pasada la hora del mediodía.

—Dobla a la derecha.

—¿Para dónde vamos?

—Vamos a llegar a Los Pinos. Después seguimos para Puerto Padre.

—¿Viramos muy tarde de Puerto Padre?

—Depende. Tengo que ver una gente ahí en Los Pinos y de la respuesta que me dé, depende el tiempo que vamos a estar allá.

*

—¿Estás apurado por virar de Puerto Padre?

—Es que quiero dar una vueltecita esta noche por la casa de Milvia.

—Muchacho, esa mujer te está sacando los sesos.

—Ya usted sabe Nelson, esa muchacha es mi condena. No dejo de pensar en ella ni un minuto.

—Pues yo te digo, estás fallando.

—¿Fallando yo?

—Está claro. A las mujeres no se les puede dar a entender que estamos enamorados de ellas, porque nos plantan el pie en el cocote.

—No fastidie usted, Nelson.

—¿Qué no? Oye, yo no tengo los años que tengo por gusto, y cada vez que me he enamorado de veras, acabo sufriendo.

—¿Usted Nelson?

—Muchacho, cuando yo tenía más o menos tu edad me enamoré como un perro de una muchacha allá por Camagüey. Espérate, para ahí, vamos a recoger a esa mujer embarazada que nos está haciendo señas.

*

—Suba señora, ¿para dónde va?

—Ay muchas gracias, es usted muy amable. Para Los Pinos.

*

—A esta hora casi nunca hay nadie para Puerto Padre.

—Mejor así, Nelson, porque yo quiero hablarle de un problema que me preocupa.

—Oye, ¿te fijaste qué tremenda barriga tenía aquella muchacha que dejamos en Los Pinos en la oficina de la Agricultura? Ya no debería de estar trabajando. Por lo menos lleva mellizos.

—Sí señor. Oiga, y menos mal que usted salió rápido del despacho con Ramos, porque si no, nos coge tardísimo para seguir para Puerto Padre.

—Por eso me gusta venir a hablar con Ramos, porque no anda con rodeos para resolver los líos de trabajo. ¿De qué problema tú querías hablarme?

—Usted sabe que yo estoy tratando, vaya, de cuadrarme con esa chiquita.

—Bueno, no es muy chiquita que digamos. Tú dices la que trabaja en Planificación Provincial.

—Esa misma. Y para que usted vea, yo sé que no le caigo mal. Es más, le gusto. ¿Pero qué pasa?, que tiene tremenda rollera en su vida con eso del divorcio, vaya, usted me entiende.

—No, no, no. No te entiendo si no me explicas a donde quieres llegar.

—Sí, mire, es que se me estaba ocurriendo una idea, porque usted es muy amigo del Director de Campismo.

—De Augusto Bárcenas.

—Sí, de Bárcenas. Pues bueno, que usted hablara con Bárcenas. Porque la hijita de Milvia, o sea, esa muchacha de la que usted sabe que estoy enamorado, está loca por ir a la playa porque hace más de dos años que no puede ir, usted sabe. Dificultades para conseguir una cabaña, porque no hay muchas capacidades.

—Sí, pero es que Bárcenas no entrega cabañas directamente.

—¿Ah no?

—Claro que no. Por problemas que hubo con eso, ahora existe una comisión que preside la CTC y entrega las capacidades a los sindicatos para el Plan Vacacional.

—Yo creía que se podía resolver.

—Eso está muy delicado.

—Pues bueno.

—De todas maneras te voy a hacer una gestión, aunque sin prometerte nada.

—Claro, Nelson. Haga algo por mí.

—Una cosa que sí quiero decirte de todas maneras.

—Dígame.

—¿Tú te has puesto a pensar que esa mujer parece mayor que tú?

—Sí yo lo sé. Me lleva ocho años. Ella cumple treinta y uno este año.

—Tú eres un muchacho, casi un niño como quien dice. Yo te estoy hablando como si fuera tu padre, que es mi mejor amigo. Hace rato que te vengo diciendo: “Ponte a estudiar. No sigas perdiendo el tiempo. No te conformes con ser chofer y ya”. Saliste del servicio militar y como allá lograste la licencia de conducción, enterraste tu título de graduado en el Politécnico de Comercio y en vez de seguir estudiando una carrera universitaria con tantas oportunidades que hay con esto de la municipalización de la enseñanza, te has aplatanado detrás del timón. Y ya verás cuando pase el tiempo, te vas a arrepentir de haber desaprovechado la oportunidad que le da este Estado a todo el mundo para que estudie y se gradúe de lo que le dé la gana. Y ahora para más, metido hasta el cuello con esa mujer que tiene una niña, que debe tener tremendos conflictos en su vida. Yo te digo, yo soy un viejo, le sé a la vida. He vivido las buenas y las malas. Y siempre les aconsejo a los varones míos: “No se enreden con mujeres divorciadas con hijos que eso siempre es una rollera”. Porque mira, lo que pasa es que todos los hombres tenemos adentro un bichito machista, y nos fastidia ver a la que fue la hembra de nosotros, la que tirábamos en la cama como nos daba la gana, la que veíamos desnuda cada vez que queríamos y le dábamos una nalgada para fastidiarla, la que nos hacía voltear los ojos, ya te digo, nos jode ver a esa mujer con otro, nos da rabia pensar que le hace a otro lo que nos hacía a nosotros. ¿Tú me entiendes?

—Claro, Nelson.

—Estás metido con ella.

—Me gusta.

—¿Ya te acostaste con ella?

—Qué va, no quiere.

—Esa es mala, tienes que cañonearla, porque se ve que es una mujer salsosa. Nada hay más que ver los vestiditos que se pone. Corticos. Enseña los muslos. Las blusitas apretaditas que se le marca todo. No seas bobo, esa muchacha, y tú me perdonas que te lo diga con tanta franqueza porque soy tan franco como tan feo, esa mujer está jugando contigo.

—¿Usted cree Nelson?

—¿Qué si lo creo? Algo te está sacando. ¿Tú le das dinero?

—¿Dinero? Qué va Nelson, si no quiere aceptarme nada de lo que le regalo. Cada vez que le llevo algo se pone hecha una fiera.

—¿Y te lo devuelve?

—No.

—¿Tú me entiendes? Tienes que tener mucho cuidado, hay mujeres que se las dan de decentes, no rompen un plato, te hacen creer que si no es con el marido nada de nada, y cuando las conoces son unos petardos de carnaval.

—Ja ja ja, qué cosas usted tiene, Nelson. Petardos de carnaval.

—De veras, muchacho. Hay tipas de esas que normalmente son muy decenticas, ni novio tienen, siempre las ves vestiditas muy femeninas, muy llamativas, parecen ya tú sabes qué cosa. Y los padres creen que no rompen ni un plato, ¿tú me entiendes? Pero cuando llegan los carnavales se transforman. Como casi siempre se suspenden las clases durante cuatro días o nada más se dan clases por la mañana, acaban con la quinta y con los mangos todas las noches del carnaval.

—Petardos de carnaval, qué cosa más graciosa, Nelson.

—Es así. Mira, vamos a parar aquí en Vázquez para tomar café.

 

Día 1 de las grabaciones. Entrada de correo electrónico para Milvia y su respuesta.

De: roberto.diaz490713@yahoo.es

Fecha: Martes, 17 de febrero de 2009, 01:14 p.m

Para: economlt@planif.ltu.co.cu

Asunto: de tu mami

lulita mija me tienes muy preocupada con eso que me cuentas de tu enamorado ten en cuenta el poco tiempo que hace que te divorciaste de Leo y a ti nunca te ha ido bien con los hombres acuerdate de aquel primer novio como te ilusionaste y despues todo se fastidio porque hay hombres que se piensan que la vida nada mas es sexo y sexo y no piensan que las mujeres tenemos otras necesidades tambien y perdoname que aprobeche esta via para hablarte con esta franquesa yo que nunca jamas lo hise mientras estube alla pero es que la distancia me pone asi a pensar en todo el calor que nunca te supe dar.

Bueno Milvi te cuento que tu hermana Mercy esta de lo mas linda apenas pueda comprarme una camarita que le tengo echado el ojo te voy a mandar un poco de fotos de nosotros para que veas la casa nueba que pudimos rentar al fin porque aca la cosa por estos meses no nos esta iendo nada bueno.

Milvi yo he conbersado mucho con mi marido del tema del dinero que tu nesesitas para ver si acavas de partir la casa yo se que no es fasil eso de que tengas metido ahí a leo que aunque me aseguras que te respeta y no se mete en tu vida porque el esta con esa con la que te traisiono de todas formas no deja de ser peligroso y ahora me estoy acordando de lo que paso con una amiga mia que se hiso mujer de un guardia cuando Batista y el otro marido que tenia antes fue donde vivian y el guardia tubo que matarlo. Yo tengo esperiesia de eso mija los hombres aunque se divorsien de una se cren con derechos como si fueran maridos de una todabia.

Bueno lulita espero no haberte cansado con mis muelas muchos besitos para ti y yoandra y contestame apenas puedas.

Te quiere mucho tu mami.

*

De: economlt@planif.ltu.co.cu

Fecha: Martes, 17 de febrero de 2009, 01:25 p.m

Para: roberto.diaz490713@yahoo.es

Asunto: Re de tu mami

Mami:

Aprovecho que tengo un momentico para responderte. Gracias a Dios no es como otras veces, que tengo que esperar el chance que se desocupe la computadora, ya te he contado las dificultades que tengo para escribirte estos mensajes.

Si yo sé no te hubiera contado sobre ese enamorado que anda atrás de mí hace más de dos meses. Yo por el momento no le doy ninguna esperanza, pero no te niego que es muy buena persona y respetuoso. Trato de no darle mucha confianza porque claro que yo también conozco a los hombres, pero este te diría que a veces es como un jovencito inmaduro, aunque otras veces luce ya todo un hombre. Además, me gusta como hombre, perdóname tú también la frescura de decírtelo, pero no voy a estar sola toda la vida. Y este muchacho como te dije que se llama Ramiro, es de muy buena familia. Pero no te preocupes, cuando decida algo te tendré al tanto. Sobre lo de la ayuda para los arreglos que necesita la mitad de mi casa antes de intentar permutarla, también olvídate de eso. Ya se resolverá. Yo sé que allá la vida no les está yendo nada fácil.

Dale muchos besos a Mercy. Dile que no sea abandonada y me escriba. Que nada más es sentarse alante de la computadora. Dale muchos besitos de mi parte. También saluda a Roberto de mi parte y recibe tú mi abrazo y muchos besos.

Milvia.