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Capítulos 1 y 2 de CAZAMUJERES

Autor: Andrés Casanova

 

 

 

-1- 

La cabeza de Cazamujeres no llegaba al vano de las ventanas de normal altura, y cuando le atacaban las ganas indomables de fisgonear, tenía que pedirle a algún sirviente que buscase casas con alguna rendija cuya altura le permitiera descubrir interioridades ocultas normalmente a los habitantes del lugar. Sus ojillos de ratón se adentraban en las desnudeces tibias de aquellas hembras que entrevistas con ropas a él no le llamaban para nada la atención, es más, las aborrecía diciéndoles a sus criados que eso de colocar ropas encima de la piel iba contra las reglas de los mirones como él, que se complacen observando a las mujeres ajenas.

Siempre iba acompañado de sus sirvientes, enanos recolectados por los caminos del mundo, porque eso sí, no se trataba de un vulgar fisgador, sino de uno de los más refinados ojeadores de hermosuras. Y como supo por un aviso especial recibido que viajando hacia la Futuridad hallaría lo que andaba buscando, la belleza suprema, puso al cuidado de un buen administrador los bienes heredados del padre que apenas conoció, escogió de entre los enanos a su servicio los tres que consideraba más leales y prudentes, y reservó boleto de ida y retorno a tiempos mejores donde le prometían retornarlo a la Pasaridad dueño de la hermosura absoluta.

A las pocas horas, ya se encontraba en la Futuridad. Llegó acompañado de los tres sirvientes; seres pequeños aunque no tan deformes como él, todo lo contrario, sus rostros no eran corronchosos y las entrepiernas no se les abrían como si anduviesen montados sobre gordos corceles. Aunque en bien de Cazamujeres, debe aclararse que ninguna enfermedad lo aquejaba. En realidad entraba a la Futuridad por ese espíritu investigador que tienen todos los mirones, y como sus intereses no se asemejaban a los del hombre común, prefería encontrarse en lugares donde los desesperanzados recobraran el aliento, los ciegos la visión, los abyectos un hálito de beatitud, y desde luego, donde pudiese admirar las desnudeces de bellas hembras que atormentaban día y noche sus más recónditos pensamientos.

A Cazamujeres le faltaban la diestra, la pierna del lado derecho a partir de la rodilla, la oreja de igual lado y parte de la nariz; carecía de los dientes que debían encontrarse en los maxilares derechos inferior y superior; y hasta la mitad derecha de la lengua se la habían cercenado. La guerra me ha dejado así, confesaba donde la gente lo oyese, pues a pesar de tantas falencias, se le entendía perfectamente lo que hablaba.

Como soldado mercenario, según afirmaba con media sonrisa en su deshecho rostro, había perdido partes de su cuerpo en las costas de Java, en el sur de las Islas Maldivas, Senegal, Groenlandia y Singapur; decía ser el más cosmopolita de los hombres, consumiéndose durante veinte años de participación en guerras de conquista en todos los continentes aunque claro está, y esto lo acostumbraba comentar con cierto aire de tristeza, si le hubiese dado por continuar siendo un guerrillero tarifado habría llegado el momento que podrían enterrarlo en una caja de tabacos habanos. También decía con total sorna que se consideraba un ultraizquierdista, porque la guerra le había obligado a sobrevivir con esa zona de su anatomía. En honor a la verdad, uno de los tres enanos que le acompañaba, el llamado Zigar el Tigre, afirmaba que tales historias de su amo resultaban del todo falsas: las partes del cuerpo que le faltaban las había perdido por mediación de maridos y novios celosos, que no soportaban sorprender al enano incompleto con el ojo pegado a la rendija mirando a sus damas vestidas con la piel solamente, mientras él con movimientos acompasados de la mano zurda llegaba al éxtasis en medio de alaridos y cochinadas.

El primer sitio que quiso visitar fue el Centro del Ojo, lugar donde conocía por las lecturas en la señal guiadedatos.extranet.fut del segundo de sus sirvientes, el conocido como Theo Guide, que allí su presencia provocaría un gran alboroto, pues quienes asistían al lugar eran crédulos habituados a las apariciones y desapariciones de objetos, aunque jamás habían tenido experiencias con personas llegadas de un tiempo ya ido, porque para ellos, los crédulos, en el pasado reinaba La Muerte y con ella ningún vínculo deseaban. Eran los futureros seres acostumbrados a la eternidad, negados por completo a aceptar la inexistencia de vida.

De inmediato encargó al tercero de sus sirvientes, Faithful Dog, que se entrevistara con El Jefe. Éste, el único autorizado para permitir la asistencia al salón de las ceremonias de quienes llegaban desde la Pasaridad, andaba muy ocupado organizando la representación oficial de ese día en honor a sí mismo, por lo que delegó en su segundo al mando la decisión a tomar. De inmediato Scrable Perotti, al ser impuesto por parte de Faithful acerca de las características no tanto físicas como psicológicas de su amo llegado desde las tierras del pasado, mostró gran interés por conocerle. Bastaron dos minutos de conversación entre ellos, para que Scrable escribiese en sus pasaportes el permiso oficial y a las tres en punto de un mediodía soleado, porque habrá de saber el amable lector de estas crónicas que en la Futuridad manejaban las horas a sus antojos, acomodaron a Cazamujeres en un mullido sillón. A los dos minutos exactos comenzó la ceremonia.

Los asistentes a la sesión nada se atrevían a comentar, aunque miraban de reojo aquel ser disminuido, y no podían ocultar los temblores. Scrable, en cambio, acostumbrado a ver situaciones inusuales, no se sumó a los murmullitos de asombro de los demás. Cuando El Jefe hizo una señal previamente convenida con los tres sirvientes por mediación de su segundo al mando, los enanos colocaron a Cazamujeres en medio del salón, formaron un semicírculo detrás de él, y el maestro de ceremonias dio la señal establecida al coro de cantores, los que entonaron con voces angélicas el himno de la Luna Llena.

Un poderoso foco de luz se encendió en el techo del local para alumbrar la escena. Los insectos que revoloteaban alrededor de Cazamujeres huyeron. Precisamente esto fue lo que dejó más estupefactos a los futureros presentes: moscas, mosquitos, abejas, avispas, grandes abejorros, saltamontes, murciélagos y carcomillas, volaban en ronda interminable encima de la cabeza de aquel individuo semejando una danza y luego partían hacia la nada, totalmente incinerados.

Razones había para que los insectos convirtieran aquel enano en centro de su interés: antes de convertirse en soldado mercenario, se jactaba él desde que comenzó a residir en el castillo luego de partir para siempre de Puerto del Caribe, llevó una vida de chulo de lupanar disfrutando de todos los placeres conocidos, tantos que ni Salomón podía igualarlos. Y ya se sabe que los insectos no toleran a los mentirosos.

Ahora cumplía un extraño designio, porque aunque todos los insectos que le aborrecieron y luego resultaron desintegrados pertenecían al pasado, el foco de luz que iluminó el local se encontraba en el futuro. Cazamujeres se acababa de convertir por medio de aquella ceremonia, sin que hasta entonces ninguno de los asistentes, ni siquiera él mismo, lo hubiese deseado, en portador de la luz y la sombra.

Como hombre contencioso, ninguna muestra mejor podía exhibir que los destrozos causados en su cuerpo por armas de fuego, cuchillos, puñales, dinamita y otros instrumentos de matar. Por ser escoria humana, insectos nacidos en la Futuridad muy diferentes a los primeros, intentaron hacer nidos en su cuerpo y desaparecieron tras una nube de polvo cósmico; a corta distancia, con las antenas apuntando hacia él, los únicos que habían logrado sobrevivir en espera de la oportunidad de penetrar dentro de aquel trozo de despojo eran algunas cucarachas provenientes de la Pasaridad.

En ese instante, Cazamujeres soñó con el pasado. Allá se vio como gran cortesano. Mientras iba entrando al salón del monarca, la música de violines, arpas y cítaras callaron por completo. Los bailadores, incluso duques, condes y marqueses, formaron una fila con el propósito de besar su mano izquierda que en el sueño existía; concluido el besamanos, Cazamujeres hizo una señal con un bastón de oro, reanudándose el baile entretanto él entraba a la antecámara del rey, donde habían practicado un agujero de perfecta redondez para que pudiese ver sin ser molestado por novios y maridos celosos, el paso de todas las mujeres de la corte que se iban desnudando para él de forma exclusiva. La mano recién besaba se movía a ritmo ralentizado mientras caían al piso corpiños, ajustadores, provocativas faldas y otras prendas ideadas por diseñadores encargados por el rey de que complacieran las tibias imaginaciones de aquel ser excepcional que por no haber aceptado su corona tal como le correspondía por herencia, merecía los honores de todos los súbditos del reino.

Sin embargo, durante la ceremonia del Centro del Ojo existía un momento especial de homenaje al invitado de honor, y Cazamujeres no deseaba entretenerse con sus ensoñaciones eróticas, por lo que despertó por propia voluntad y de inmediato comenzó a darse golpecitos suaves con la mano izquierda. Escuchando una melodía enternecedora, que le llevaba por los rincones más luminosos de la imaginación, creyó haber alcanzado poder y gloria; tan extasiado se hallaba, que volvió a quedar dormido.

Fue sólo un instante; cuando le pidieron que dijese un discurso acerca de los lugares donde había estado, despertó de inmediato. Las palabras pronunciadas le parecieron a los asistentes de extraordinaria lucidez. La muerte no le preocupaba, aclaró; precisamente, a él le habían concedido el privilegio de estar muerto y vivo a la vez; si la gente se lo rogaba, podía dar testimonio de cómo era el otro mundo: con Dios no aceptaba codearse por considerarlo su enemigo; de Satanás guardaba los mejores recuerdos, aunque prefería ofrecer algunos consejos sobre lo pernicioso que es intentar tragarse el mundo apurándolo como si fuera una taza de té. Alabó el carácter teatral de aquel espectáculo argumentando lo beneficioso que es este género para la distracción y el desarrollo del intelecto humano.

Aún después de tantos años, el recuerdo de Cazamujeres gravita sobre la Futuridad. El coronel Buttock Skinmag describió este incidente en un capítulo de una novela que estaba escribiendo por aquellos días y jamás llegó a concluir. Tiempo atrás perforando las sombras, decía al inicio del capítulo, se encontraba la memoria: incontables anécdotas, ensayos, crónicas, testimonios de un mundo en el que se había sumergido Cazamujeres hasta convertirse en un testigo más; sin él los acontecimientos que allí sucedieron hubiesen perdido su verdadera dimensión. El tiempo se los hubiera tragado sin que quedasen huellas de ellos. Fue esta la última palabra que logró escribir el coronel Skinmag, porque de inmediato lo sorprendió la muerte de manos de un puñal curvo diestramente manejado por Yorka Tanazzi.

Mercy la Japonesa, consideraba por muchos futureros la secretaria del Centro del Ojo, se sumó al mutismo del maestro de ceremonias. En cambio, cuando El Jefe determinó detener el festejo por la algarabía que armaron los concurrentes al concluir Cazamujeres su discurso, ella ejecutó un gesto de aprobación moviendo la cabeza simplemente.

—Déjenme a solas con él —ordenó El Jefe con la autoridad que le caracterizaba; luego, moviendo una mano, le indicó a Scrable que se quedara.

Cazamujeres entendió que aquella inusual atención era un gesto de deferencia hacia él, por lo que pidió a sus tres sirvientes que se retiraran del salón con los demás.

Contra la presunción del reducido enano, tanto El Jefe como Scrable le aclararon que aquella visión acerca de su poder sobre los futureros jamás volvería a repetirse. No imaginaban que a estas alturas ya Cazamujeres le había susurrado al oído a Zigar el Tigre que averiguase con exactitud el lugar donde la bella Mercy acostumbraba desnudarse.

 

 

 

 

-2-

Una vez terminada la ceremonia en el Centro del Ojo, El Jefe le ordenó a Scrable Perotti hospedar de manera conveniente a los invitados. En el sitio que le asignaron, Cazamujeres encontró un fragmento promocional de la novela atribuida al coronel Buttock Skinmag y comenzó a leerla ilusionado, creyendo que en ella encontraría datos de interés sobre la Futuridad. Aburrido, al poco rato de estar leyendo, sintió deseos irrefrenables de mover su mano izquierda, para lo cual trajo a su mente retorcida la imagen exquisita de Mercy la Japonesa, con sus ojos color del cielo estrellado y los potentes muslos que tanto admiraba en las hembras, aunque fue interrumpido casi de inmediato por el suave roce de la mano de Zigar el Tigre contra el codo del brazo izquierdo. Cuando abrió los ojos luego de interrumpir su ensoñación, el criado le comunicó con voz melosa aunque compungida haberle resultado imposible descubrir el lugar donde Mercy mostraba sus desnudeces.

En cambio, había logrado averiguar secretos importantes, y esto lo dijo en tono de evidente alegría. En la Futuridad se caracterizaban por no ocultar defectos ni magnificar virtudes, motivo por el cual conversando con varios futureros tanto hembras como varones, logró conocer las personalidades de El Jefe y de Scrable, los únicos que sabían el lugar donde escondían a Mercy la Japonesa, pues aunque se trataba de un secreto inviolable para los residentes en el Centro del Ojo bajo pena de destierro hacia el interior de la Futuridad, no podían tener sus lenguas quietas y aunque lo dijeron al oído de Zigar, lo dijeron.

La Futuridad tuvo una vez cierto pasado, aseguraban los futureros entrevistados por Zigar el Tigre, experto en las artes del chismorreo. No siempre El Jefe se llamó El Jefe, sino en tal pasado fue un simple mortal nombrado Pepito el Bueno.

Joven bondadoso, como miembro de la Liga Juvenil del Amor Fraterno, especie de sociedad abierta que a todos aceptaba sin importar credos políticos, religiosos ni de otra índole, jamás dejó de entregar la cuota anual establecida con que se sufragaban los gastos contra la pobreza; también socorría mendigos y acostumbraba a ofrecerse voluntariamente para asistir a los ancianos sin familia recluidos, durante aquel pasado de la Futuridad, en las llamadas Casas Geriátricas de Ancianos sin Amparo Filial, ubicadas en las zonas más alejadas y de difícil acceso, en los mismos linderos de la llamada eufemísticamente por el primer magistrado de turno la Pasaridad.

Los antecedentes de la niñez resultaban más oscuros, pues según las normas establecidas por los ediles del trío eterno, es decir, los espíritus astrales de Mario Mendieta, Elenita Azúa y Federico Destrampes, prohibían las investigaciones históricas relacionadas con las personalidades declaradas del patrimonio nacional, cual era el caso de El Jefe. Por tanto, todo lo sabido con anterioridad a llamarse Pepito el Bueno, además de quedar recubierto con una aureola de misterio, corría de boca en boca entre ciertos futureros dedicados a escarbar en viejos archivos escondidos en antiguos túneles, abiertos para la defensa del Centro del Ojo cuando sus habitantes fueron convencidos por el primer magistrado de turno que desde el pasado vendrían ataques demoledores con el propósito de acabar con todo vestigio de modernidad, dejando solamente en pie a las personas para utilizarlas como esclavos de los tiempos idos. Tales fuentes anónimas lo tenían por niño recto en sus juicios, aplicado en los estudios elementales y con un único vicio: la observación desmedida de las hembras de su propio grado de enseñanza y de los superiores; además, resultaba criticable en él sus relaciones de amistad con un condiscípulo que en aquellos tiempos era llamado Pepito el Malo, quien pasados los años cambiaría su nombre y apellidos por el de Scrable Perotti, atribuyéndose antepasados italianos de rancia nobleza.

Fuera de tales comentarios, hasta ese momento Zigar el Tigre no había podido conocer otros detalles sobre la infancia del que ahora todos llamaban y tenían por El Jefe. En cambio, podía agregar que a los veinte años abrazó la carrera militar y en pocos años alcanzó grandes triunfos y una extraordinaria capacitación técnica que le valió ascensos a grados superiores hasta alcanzar el de generalísimo general, el más alto rango del ejército cuando todavía en la Futuridad se pensaba en las posibilidades de una guerra contra la Pasaridad.

La llegada de los dos Pepitos, el Bueno y el Malo, al Centro del Ojo pasó como un hecho inadvertido durante los primeros días; excepto unas cuantas personas a las que lograron hablarles de sus proyectos de convertir la capital de la Futuridad en centro de referencia para todas las ciudades del mundo, prácticamente ningún futurero les dirigía la palabra, por considerarlos pasaderos. Cuando extendieron sus prédicas a plazas y parques, vallas para peleas de perros, billares, salones de bailes, barberías e incluso casas de belleza femeninas, los miraron no tanto con indiferencia como en son de burla. El tiempo convencería a los dos Pepitos de que cualquier adversario debe tenerse en cuenta, aun ellos dos que venían de las Guerras del Pasado con grados de general general, el Bueno, y de coronel general, el Malo.

Tal convencimiento les llegó a los dos Pepitos cuando la desconfianza del primer magistrado de turno y sus mediadores condujeron a que los dos Pepitos fuesen llamados al departamento correccional, donde quedaron advertidos por un funcionario menor sobre las nocivas consecuencias que el libertinaje traído de tierras extrañas dejaban en los habitantes de la Futuridad, seres desconocedores de la maldad del mundo, los vanos idealismos y las falsas ideas acerca de aquello que ambos Pepitos llamaban con todo empacho durante sus prédicas libertad de conciencia. El funcionario les puso ejemplos del poder pernicioso de la idolatría, el descreimiento, la falta de fe en el porvenir y cuanto vicio mundanal existía, los que fueron fuente de desgracia sobre los pueblos del pasado e incluso de otras comunidades humanas más antiguas.

Sin embargo, Pepito el Bueno salió un día del anonimato como quien dice de forma milagrosa; su nombre comenzó a circular con insistencia luego de vérsele realizar una acción desconocida por los integrantes de las clases alta, media, media baja y baja, los que jamás se dignaban mirar siquiera a quienes formaban parte de la clase baja baja. Pepito el Bueno había comenzado por socorrer a un mendigo que en el Parque de la Hermandad se atarugaba con una sopa de chorizos y como consecuencia de una broncoaspiración se le quedó un pedazo atravesado en la garganta, momento en el que el Bueno pasaba por el sitio con el propósito de juntarse con el Malo.

Habían conocido la noche antes en una de las calles solitarias de la Futuridad a la hembra de muslos más portentosos que jamás alguno de los dos había disfrutado en mujer alguna. Nalgas, labios, cabellera, ojos, pestañas, todo en aquel ser femenino resultaba perfecto a los ojos de los dos predicantes de la doctrina del punto de referencia mundial, de tal manera que no pudieron sustraerse al influjo de aquel par de ojos malditos que los miraban como si fuesen entes de tiempos idos, cuando proliferaba por el mundo pasado la doctrina de Alan Kardec. Ella los trató cual dos vestigios de homúnculos, seres que ante ella no eran más que dos vestigios de la mitología. Ella era simplemente divina, la diva, la perfecta. Yorka Tanazzi dijo llamarse. Para nada callonca ni pandorga, mucho menos chafitona o colchonera. Era la mujer ideal, la única, la soñada por ambos Pepitos con el fin de amarla durante el resto de los días que les quedasen por toda la eternidad. Yorka los invitó a visitarla al día siguiente en el décimo piso de la mansión de las mujeres libertinas, y como era el día siguiente, Pepito el Bueno se encontraba en el Parque de la Hermandad esperando al otro Pepito con el propósito de asistir a la cita, cuando vio a uno de los mendigos protegidos por la ley de la eterna hermandad atarugado con un trozo de chorizo de la sopa repartida gratuitamente por el mediador principal del primer magistrado de turno. Verlo en aquel atarugamiento le originó a Pepito el Bueno tal intranquilidad, que se muere, que no se muere, que se ahoga, que no se ahoga, hasta que reaccionando logró salir de la parálisis. Un ligero golpe contra la espalda del mendigo no fue capaz de sacarlo de su atarugamiento. Dos golpes de mediana fuerza no lograron traer de regreso al mendigo al mundo de los seres conscientes. Tres golpetazos como los que acostumbraba dar a sus subordinados en la guerra del pasado cuando se le insubordinaban y no entendían que el deber de todo soldado es morir por su general, no fueron capaces de devolverle al mendigo la paz que requiere todo mendigo para continuar alimentándose con sopas de chorizos durante toda su vida. Hasta que optó por el método más antiguo contra los ahogos: el de boca a boca, lengua contra lengua, pie contra pie, una tocadita, un pedacito, ay que me muero por verte, ay que no puedo vivir sin tu lengua. Hasta que al fin la lengua del mendigo salió a flote, mientras miles de futureros congregados en el Parque de la Hermandad sellaron la acción de Pepito el Bueno con el más atronador de los aplausos jamás escuchado en la Futuridad, y desde ese instante ya no fue más Pepito el Bueno, sino para toda la eternidad El Jefe.

Hasta aquel mismo día la Futuridad había sido ejemplo de cómo el encono y la intolerancia en cuestiones de obrar a favor de otros propician discordias que si no llegan al nivel de Las Cruzadas ni de la Inquisición, al menos avivan en los humanos proclives a la piedad un estado de confusión y enfrentamiento cuyas características, más terrenales que divinas, conducen al menos a la indiferencia respecto a los que están ahogándose con una porción elemental de chorizo.

Al comprender que su acción había sido más efectiva que las miles de prédicas desde el momento que habían llegado al mismo centro del futuro, El Jefe comprendió una verdad de la que hizo su norma de fe y conducta a partir de aquel instante: los humanos vivimos sepultados por nuestro propio entendimiento; los vallados, cercas o fronteras de ese hipotético espacio no son perceptibles a simple vista, y muchas veces pasan inadvertidos para la conciencia individual que los sufre. Ignorante, por ser un ente temporal y finito; casquivano y veleidoso, el humano tiene ante sí muchos conflictos en que entretenerse; lo torturan ambiciones, lo exaltan pasiones, lo desquician afanes, lo atribula el corto tiempo con que cuenta para realizar sus proyectos de vida. Por tales motivos, mucho antes que la sepultura oculte nuestros cuerpos en hermosas tumbas o magníficos mausoleos, ya cada ser humano se erige a sí mismo su propia estatua.

Al llegar a tal conclusión, subió en uno de los bancos más altos del Parque de la Hermandad y rogó la atención de los concurrentes. Deseaba decirles unas palabras respecto a la importancia de salvar del ahogo no a un mendigo, sino a cualquier semejante.

Todos guardaron un silencio entre respetuoso y embelesado.

Voy a hablarles de mi vida, no de la vuestra, les dijo. Hasta hoy he vivido ensalzando creencias hacia cumbres ignotas, en las que me he refugiado para no pensar en mi existencia cargada de interrogantes. He vivido en una desesperada selva, en un valle de incontinencia donde las hembras han sido mi único destino y objetivo mientras a otros digo que las hembras no deben ser el único objetivo y destino. En medio de tal páramo de mi alma vacía, mirando hacia adentro mientras extraía con mi boca el trozo de chorizo de este infeliz mendigo, he descubierto mi propio espectro; un rostro fantasmal y espantoso. Hasta el día de hoy he llevado una vida disoluta. Las mujeres y el vicio me arrastraron. En pocos años me he codeado cara a cara con las formas más aberrantes de vida. La estafa, el latrocinio y la corrupción han sido mis armas de supervivencia.

Aunque tengo tan reconocida trayectoria en esos campos del mal que suelen dejar bastantes riquezas, cuanto negocio emprendía fracasaba, y en los lugares donde estuve tanto en la vida militar como la civil, personas de las que a veces no quise siquiera conocer sus nombres, me explicaron que sus existencias andaban oscuras, término eufemístico mediante el cual expresaban fraudes, indolencias, negligencias y perezas. Como yo, tales personas, hombres y mujeres de las más disímiles condiciones, se veían perseguidas por horrendos seres invisibles en cantidades tan exageradas que tapizaban paredes y techos de sus casas. Mi vida fue de mal en mal, de forma que apenas me iba quedando dormido, saltaban contra mí tales monstruos mordiéndole los pies, se prendían de mis orejas y algunos, con voz bien clara, me pronosticaban desgracias futuras. En el colmo del chantaje, uno presentándose como hembra aunque era varón, pretendía sostener relaciones íntimas conmigo, y ante mi negativa, subiéndose en mi pecho y mirándome a los ojos me aconsejó: ¡Ya que no logras que otra fuerza superior acabe con tu vida, mátate tú mismo y deja de sufrir!

Desesperado, estuve a punto de suicidarme, pero el día que pretendí consumar el hecho, una zorrona a la que había alquilado todos sus agujeros lo impidió, quitando de mis manos la soga con que pensaba enredarme el cuello y me dijo sonriente, burlona: O me la metes por donde me alquilaste, o gritaré a todos los vientos que te ahorcaste porque no se te levantaba. Enemigo como soy que me tomen por inútil, cumplí mi compromiso y le pagué los quinientos tomines que cobraba por sus servicios. Desde luego, utilicé los preservativos fabricados en Suiza, por ser los de mejor calidad.

Huyendo de horrendos monstruos llegué a la Futuridad haciendo creer que era un dechado de virtudes, cuando no soy más que una de las peores escorias. Para no sentir la soledad, me hice acompañar de mi amigo Pepito el Malo, que en realidad nunca fue amigo sino el gozador de mis hembras porque carecía de dinero con que pagarlas. Acá vinimos, a sabiendas de que tendríamos grandes enfrentamientos, tanto con las creencias de la mayoría de ustedes que no conciben la existencia del pasado ni de la muerte, como con los caudillos de ultratumba que gobiernas vuestras vidas sin ustedes saberlo y que son en realidad ministros del mal. Contábamos para esta cruzada de convertir la Futuridad no en simple ciudad amurallada libre de podredumbre, sino en centro geográfico de todos los futuros posibles, con la autoridad que nos conferían nuestros grados militares ganados en guerras donde los únicos sobrevivientes fuimos nosotros dos. Pasamos hasta hoy no sólo hambre, sino además todo tipo de calamidades. Pero salvando a este infeliz mendigo que ahora brincotea de alegría por no tener un tarugo en la garganta, he comprendido que ustedes me necesitan mucho más de lo que yo preciso de ustedes. Quiero reconstruir vuestras vidas, negar el pasado que en realidad no existe y mostrarles el verdadero futuro que aún deben conquistar.

Terminado el discurso, los cientos de miles de congregados en el Parque de la Hermandad lo cargaron en hombros, mientras lo vitoreaban con gritos que llegaban a las nubes. ¡Al fin aparecía el verdadero guía que estaban esperando y que los primeros magistrados electos cada año no lograban suplir!, gritaban cientos de miles de futureros; ¡ahora sí tenían un jefe!, ¡este hombre era El Jefe!

Cuando los al fin lo dejaron en tierra, llegó Pepito el Malo a una de las esquina del parque. Desde ese instante se hizo llamar a sí mismo Scrable Perotti.

—¿Dónde vamos? —preguntó dudoso el nuevo Scrable—. ¿A hacernos cargo de la jefatura del Centro del Ojo?

—De eso nada —le respondió con cinismo El Jefe—. Primero tenemos que gozar a Yorka Tanazzi.