Recuerdo, cuando recién comenzaba en las
lides literarias a cumplir la mística de la bohemia nocturna y el quehacer
gregario (me refiero a la literatura de los talleres literarios), que nos
visitaban los egregios, esos que se
erigen por encima del hombro de cualquiera aunque ellos mismos carezcan de
hombros, y nos decían: “No os apuréis por
publicar, que ya habrá tiempo”.
Sin embargo, cuando yo pasaba por
librerías, bibliotecas y trenes de la vida, descubría
(en realidad, no se descubre lo existente) que los tales egregios acumulaban el centenar de libros publicados y hasta les
habían escrito una de aquellas colecciones que en Punta Martinas se llamaban El ídolo de la capillita.
Y esto es lo que sucede: que mientras
los encaramados en altares y portaestatuas se comportan cual canchones de la chompa proclamando a voz
en cuello aquel viejo refrán de haz lo
que digo no lo que hago, los pobres muchachitos del taller literario Los
Fantasmas (para conocerlos de primera mano, léase mi novela Las nubes de algodón) andaban como quien
dicen dependiendo de naranjada sin azúcar durante los brindis del Simposio
Mundial de Poesía y Narrativa que se desarrollaba el 45 de marbrero en la Casa de Contratación.
Fue allá donde combiné estos poemas con
aquellos minicuentos tal como los comparto (¡comparte, comparte, comparte!) con ustedes.
Disfruten o anatemizen. Pero no guarden silencio, por favor.
1º El gran problema de la literatura
consiste en que resulta muy simple proclamarla: lo difícil es hacerla.
ENEMIGO DE LA PROPIEDAD PRIVADA
La gran ciudad aún no ha despertado de su sueño. La noche
anterior todos bailaron, disfrutando como cada año el carnaval más vistoso del
mundo. Carrozas adornadas. Hermosas bailarinas animando el paseo. Toques de
tambor que inflamaban la sangre.
Sólo Prudy Rastar no duerme. Sabe
que en estos momentos los oficiales y soldados de la brigada policial se
encuentran agotados, pues aunque eran miles en la gran ciudad no pudieron
evitar altercados, robos menores, atracos en medio de la multitud que
enardecida se movía al ritmo de los tambores. Toda la noche metiendo detenidos
en los carros jaula ha dejado exhaustos a los de la brigada.
Prudy piensa. Él es un pobre
diablo, un don nadie, un infeliz. El Presidente de la República no se ha
cansado de proclamar que cumplirá los compromisos electorales y que dará todo
lo que necesitan los pobres. Citando a algún filósofo que Prudy Rastar jamás ha
oído mencionar, el presidente dijo en medio del carnaval que la propiedad
privada es un robo.
Prudy en estos instantes toma una decisión que cambiará su vida por completo. Decide asaltar el Dusfy City Bank, porque allí está el dinero de todos los ladrones de la ciudad. Además, siempre ha pensado sin que lo haya dicho el presidente, que un ladrón que roba a otro no puede ser condenado.
SONDEANDO EL FUTURO
"Cuando vuelvo en la noche, la puerta está abierta y
la casa está oscura".
Amanda Hale en "Sondeando la sangre" (novela)
"Parte de nuestros males proviene de que hay
demasiados hombres vergonzosamente ricos o
desesperadamente pobres".
Margarite Youcenar en "Memorias de Adriano" (novela)
Con la vejez nos llegan malestares
como ese de un tornillo que no enrosca
el agua que de tan sucia nos llena de amargura
o la corriente eléctrica que en esta isla donde duermo
oscurece tanto como las carnes y las papas verdaderas.
No obstante
la vejez también resulta indicio
de traer colgante en nuestras vidas
cual sonda vesical ciertas maneas
con yugos de fantasmas discurseros
que consideran tener el don de ser mesías
cuando en realidad no son sino meros obstáculos
contra el deseo de todo ser humano
de pasar estos ínfimos días que nos corresponden en la tierra
disfrutando de algo más que espinas, huesos y esperpentos.
Sondear de estas maneras obstruirá cualquier futuro
incluso el peor de los futuros.
2º La literatura termina donde comienza la vida.
ROMANTICISMO 1: AMOR EN LOS BOLSILLOS
Tu recuerdo me queda en los bolsillos
ajustado contra mi sangrante corazón
que busca en el pasado lo que fue
de una hoguera apenas sin rescoldos.
Y si guardo tu amor en mis bolsillos
mezclados con adjetivos sobrantes en poesía
es por temor a que tu rostro se me escape
y al encontrarlo entonces ya no sea tu rostro.
SIMPLE DECISIÓN
El inspector policial revisa con
cuidado cada papel, la más simple observación de sus informantes, cualquier
detalle en las declaraciones de los testigos que le ayuden a decidir en cuál es
el sospechoso de haber cometido el crimen. Vuelve sobre los documentos. Lee con
calma:
Don Francisco Baeza es un
poderoso industrial, dueño de seis fábricas de productos domésticos, unos le
llaman el rey del jabón, otros lo apodan el zar del desodorante. Con
independencia de que resulta evidente la carga irónica de esos apodos, lo
cierto es que Baeza posee una cuenta bancaria en el Dusfy City Bank que
sobrepasa los millones de millones. No encuentra lógico que sea el asesino de
la dama vestida de blanco a pesar de haber sido su concubina mucho tiempo.
Don Arnaldo Sentín, ministro de
las finanzas, tiene el rostro picado por el acné y su fealdad podría definirse
como repulsiva. Se le ve en una de las fotos zarandeando a la dama que ahora
viste ropa negra, porque ella se niega a aceptar el dinero que le ofrece. Es
toda una autoridad política. No va a perder el tiempo investigando a personaje
tan ilustre.
Ermindo Cuesta en cambio, es
pordiosero, palabra que se encuentra prohibida emplear por parte del Ministro
de las Finanzas en los documentos oficiales. Además, Ermindo jamás se ha
acercado a la prostituta asesinada para rogarle sus favores, pero cuando lo
interrogue a golpes no permitirá la presencia de ningún abogado. Tiene que ser
el asesino.
El inspector policial en otras épocas ha cambiado de nombre, sin embargo, sigue pensando de igual manera.
3º En sí la literatura es un diseño divino: lo desastroso es que se trata de una construcción humana.
IRIS Y EL ESCRITOR
Iris no es ya una muchacha triste, sino la de risa que explota y se escucha en todo aquel maremagno que es la Rampa habanera; pasan veloces los autos, grandes y pequeños, llenando de ruido y de humo la famosa avenida citadina repleta de pies que se desplazan, viandantes asombrados o simplemente viandantes que ya no son capaces de asombrarse de tanta edad que acumulan, mientras Iris detenida en el corazón de La Habana sí se asombra: desde la niñez, cuando iba de la mano de sus padres, no sentía tanta alegría como en este instante, cuando piensa de veras que el mundo es bello y la vida es como un jardín, y la razón de su alegría es haber descubierto que hacia ella viene acercándose el escritor.
El escritor la ve y también se asombra pero no del espectáculo habanero sino al contemplar la belleza de Iris, detenida mirándolo. Se trata de una mujer atravesando la frontera de la madurez, piensa, en esa edad que marca el límite de lo que fue la juventud y todavía lo es. Una muchacha casi, una joven que guarda rasgos de altivez, el don de mando propio de las mujeres de estos tiempos cuando lo que llaman, casi eufemísticamente o en la frontera de la hipocresía y la franqueza, hacer el sexo no es tanto un imperativo como una necesidad, placer, blancura de una página que el escritor observa.
En cambio Iris mira dónde apoyarse, un lugar que en pleno espacio rampero como llaman los cubanos al lugar, le sirva para atemperar la sensación de blancura que recorre sus manos y le llega a los pies con la certidumbre de que va a caer al suelo. Sin que ella pueda evitarlo, la vista se le nubla y no advierte a quienes pasan por su lado indiferentes creyéndose quizás virtuosos, aunque son simplemente miserables. No los ve, porque sólo tiene ojos para el escritor.
El escritor comprende que ella va a caer al suelo.
—¿Se siente mal, señora? —intenta preguntarle, pero las palabras no llegan a ser articuladas en voz alta porque ella va de caída y él se adelanta dos pasos, la sostiene deleitándose con la tibieza de una piel vaporosa y respirando los perfumes de un cuerpo que en su memoria han quedado anulados.
Iris por el contrario razona que no debería haber caído, lo que equivale a desobedecer las llamadas reglas de nuestro mundo, concebidas no por capricho de alguien sino impuestas por la propia realidad ante cualquier eventualidad como esta, al ser sostenida por la fortaleza de unos brazos que aunque quizás quien le prodiga tal fortaleza la considera fortuita y nada sensual sino un abrazo de auxilio, a ella en cambio le trae recuerdos de la adolescencia, de aquella etapa impúber de su vida, cuando la virginidad se le acumulaba en el cerebro y sólo tenía ojos para la amistad y el amor. Pero sobre todo para el amor hacia un jovenzuelo anodino del que todos se burlaban y al que ella amaba de manera romántica, soñadora, quizás porque él le había jurado adorarla eternamente desde que sellaron su noviazgo con un casto beso en los labios.
El escritor conoce a las mujeres por haber vivido siempre rodeado por ellas, unas veces amándolas y otras siendo odiado o rechazado. Quizás esta que se encuentra en sus brazos ha salido huyendo de un hogar que la atenaza, se dice al advertir que ha comenzado a temblar desde el instante que sin darse cuenta le tomó con cuidado la cabeza recontándola contra su pecho para sostenerla con mayor seguridad. Tal vez tenga unos padres severos desfasados en el tiempo que pretenden gobernarla por estar divorciada; o bien se ha visto liberada de un marido celoso que ahora ha partido a cumplir alguna misión fuera del país y ella es consciente por vez primera de las ataduras que la mantenían prisionera.
El paisaje influye en ambos. En el cercano malecón habanero las olas no saltan como cuando el mar se halla encrespado. El sol se encuentra tibio y mientras a los lejos planean las gaviotas, aquí la brisa que rodea al hombre y a la mujer ejerce un efecto enervante. Sus cuerpos en contacto les llenan de nostalgia a ambos y en este instante el escritor quisiera decirle a aquella hermosa aparición con cuerpo de mujer:
—Eres un ángel que transita en mi memoria, o más bien la luz en medio de mis penas.
En cambio, decide no pensar con el lenguaje propio de los poemas que escribió hace unas cuantas noches de soledad; en cambio, llamando desde su teléfono celular con toda urgencia un taxi. Al llegar el vehículo, le ruega al chofer que lleve a esta mujer al hospital más cercano y le entrega por el favor que le agradece un billete de veinte dólares. Responde la pregunta del chofer explicándole que debe partir rápidamente en otro taxi hacia la fortaleza de San Carlos de la Cabaña donde está celebrándose la Feria Internacional del Libro de La Habana.
—¡Ah, claro, usted es el famoso Pedro Larrosa, el escritor de novelas policíacas que llevan al cine! ¡Lo he visto a usted muchas veces por la televisión hablando de los trucos de todo escritor para que compremos y leamos sus libros! —dice admirado el chofer.
—Es que debo presentar allá mi última novela dentro de dos horas —le responde el escritor sintiéndose obligado a explicar el abandono de la desconocida, y parte en busca de otro taxi.
Cuando el escritor da la espalda, Iris abre los ojos y también abre la puerta del taxi.
—¡Señora, tengo el encargo del escritor Larrosa de llevarla a un hospital! —dice preocupado el chofer e Iris nada le responde.
Iris en realidad quisiera responderle la verdad: que el desmayo jamás existió, que lo había fingido con la esperanza de que el escritor la reconociera; precisamente, Pedro Larrosa era aquel jovenzuelo anodino del que todos se burlaban cuando estudiaban es la escuela primaria, pero al que ella amaba de manera ingenua. Él le había jurado adorarla eternamente desde que sellaron su noviazgo con un casto beso en sus labios a la tierna edad de nueve años.
La vida puso una gran distancia entre ellos y ahora cuando se encuentran, Pedro sostiene en sus brazos a Iris sin reconocerla.
El chofer del taxi continúa insistiendo en llevarla a un hospital mientras Iris se aleja tratando de que el aire que corre por el malecón habanero le seque las lágrimas que salen cual río fuera de cauce por culpa del escritor.
PASO A PASO
Paso a paso
aprendí las tablas matemáticas
y jamás he olvidado
que dos por tres son seis en ocasiones.
Paso a paso
comprendí que vivir entre reuniones y congresos
es como dirimir fuentes
en sequedal transidas de medusas.
Paso a paso
supe que tener un carnet o una insignia
no hace gigante
al más oscuro de los puentes de borrajas.
Paso a paso
me enfrenté a los leones en el cerco
y a los miuras de Pamplona
donde correr o estar quieto da lo mismo.
Paso a paso
deshice el lastre que me ataba a los senderos
y pude entonces descubrir
que no hay caminos sin abrojos.
Paso a paso
llegué hasta los bordes del tercer cielo
y acaté las órdenes de Dios
a pesar de mis dolores.
Paso a paso
es como se logran
las victorias
importantes.
4º Los olvidos literarios para nada resultan dolorosos. Lo punzante y criminal es precisamente la falta de literatura.
EL MIRLO BLANQUINEGRO
Bajo el silencio del ciprés
un mirlo emblanquecido de tanto cantar
loas a quien lo pinta de tal color
se pavonea impávido
luciendo en su cintura
el arma de acallar a otros cantores.
El blanco mirlo
por una paga de quien le pinta cada día
sus negras plumas de tan prístino color
extrae el arma de acallar a otros cantores
y sólo entonces es que se mira al espejo.
Hoy el pintor tan imbuido está en otros lienzos
acumulando óleos y temperas
que el mirlo no le importa:
no es más que un negro mirlo
a quien tendrá a la mano
cuando de pintar óleos y temperas
esté aburrido.
NIÑA TRAS LA PERSIANA
Al barrio obrero lo rodea un
ambiente lúgubre, y la niña está sola en la casa mientras ambos padres trabajan
en la fábrica del señor Andín. Se asoma a través de la persiana, sin imaginar
que dentro de poco el padre habrá terminado su turno, y entrará al bar de
Catarino Mudéjar. Tiene sus ojos puestos en el mendigo que, tirado en la acera,
trata de curarse las llagas con su propia saliva.
El perro alano del señor Andín
acaba de escapar de la mansión: cuando éste fue avisado de la huelga en la
fábrica por los despidos del día anterior, salió de inmediato hacia allá y el
guardián no advirtió que mientras abría el portón para que pasara uno de los
automóviles de su jefe, Boxter salió corriendo en busca de libertad.
La niña está mirando cómo el
perro feroz lame las llagas del mendigo y cuando ríe alborozada, quizás
divertida por la forma que el animal juega con el hombre que trata de huir,
comienza a despedazarlo. Los colmillos penetran las carnes, la convierten en
tiras, en una masa sanguinolenta, y entonces el perro se retira a paso lento,
despreocupado, como si supiera que en la mansión de su amo le espera una
suculenta comida.
Al conocerse la muerte del
mendigo, la eficiente policía de la ciudad investiga y sólo encuentra un
sospechoso: el padre de la niña, al que varias personas vieron llegar dando
traspiés a su destartalada casa, como si hubiera bebido sangre, dijeron
algunos.
Aunque la niña pataleó y gritó, el tribunal no quiso escucharla: era menor de edad y carecía de derecho a prestar declaración a favor de su padre.
5º Suele confundirse la literatura con la realidad por una razón muy simple: la verdadera realidad siempre está contenida en la verdadera literatura.
BERAZAÍN
El corazón de Berazaín no era de los que fácilmente se desangraban; él estaba tirado sobre la hierba, y veía las nubes pasar como si fueran globos de colores. Por una costumbre que aprendió desde antes de nacer, cuando en el claustro materno intentaba conocer el verdadero rostro de su padre y la temperatura del mundo que aún no había conocido, vivía pensando.
Y entre el juego y el aburrimiento, Berazaín leía muchos libros y bebía café encima de ellos. Leía la saga de los Nibelungos, buscaba en las bibliotecas a Schopenhauer, también leía a Spinoza y a Ortega y Gasset. Revisó una vez, cuando apenas tenía nueve años, un volumen de Aníbal Ponce y otro de José Ingenieros, pero ambos le parecieron tan simples que los descartó de inmediato.
Cuando se enamoró de Luzmarda su vida comenzó a dar un vuelco. La vio pasar tan etérea, que ensayó el juego de escapar dejando como resultado un reino de cadáveres presos por el infalible engaño. No es que mirara a Luzmarda con los ojos del deseo, sino como una sucesión de mentiras que jamás tendría y por tal motivo iba pronunciando por las calles sus ilusiones.
—En el mes de abril será la fecha póstuma de algún muerto.
—Hoy es el holocausto de una Biblia abierta al desdén por el viento al igual que un sentimiento de sepulcros.
—Pronto morirá la osadía del que todo lo trae de un pantano.
Comenzaron a llamarle loco en la ciudad donde vivía, pero a él no le importaba. Amaba a Luzmarda por encima de todo y la descubrió un día del brazo con Rubén.
Ella quiso ignorarlo, acometer vacíos de forma que nada importara y que Rubén no sufriera el holocausto de verse encerrado entre rejas. Porque Luzmarda lo sabía: Rubén la amaba más que a nadie.
Entonces vino la manera de romper el cerco, porque eran tres y uno sobraba. Nadie lo dijo, sino que fue apareciendo la solución sin que ninguno de ellos la buscara.
—Yo soy Rubén —dijo, apareciendo al lado de Luzmarda.
—Yo soy Luzmarda —dijo apareciendo al lado de Rubén.
Berazaín creía haber enloquecido. Venía dejando flores a su paso por la ciudad, y con un cristal roto de ayer se hería las venas. Metido dentro del miedo y la osadía avanzó hacia la puerta de un cuarto oscuro que se consumía en azufre dentro de las horas muertas en el ensueño de la tarde. Berazaín no podía entender: o estaba Luzmarda frente a él y lo amaba, o Rubén lo había vencido de una manera infalible y por lo tanto desacertada.
Seguía lloviendo sobre la ciudad una ceniza tenue, como si las estrellas se hubieran desgajado de sus ramas. Berazaín imaginaba mientras tanto conejitos de papel invulnerables al fuego por el escape de las palabras. El reloj marcó las cuatro en punto, en el círculo inerte de la tarde. Luzmarda había quedado rota entre las manos de este mago que no nació nunca, porque estuvo siempre en las constelaciones navegando por las estrellas.
Rubén, mientras revisaba dentro de sus bolsillos para tomar un refresco y comprarle un regalo a su novia Luzmarda, observó al mendigo que gritaba:
—¡Yo soy más fuerte que ustedes dos, porque soy un conejito de papel!
El pobre loco, pensó Rubén, que cada tarde venía a este parque, y recogía los cigarrillos a medio fumar que tiraban los mendigos. A Rubén le hubiera gustado preguntarle su nombre e incluso regalarle algún dinero, pero creía que a los pordioseros como este que gritan indecencias en medio de las calles debían mantenérseles bien lejos.
OTRA TEORIA SOBRE EL CUERPO
Cada día que pasa
nos vamos adaptando
al transcurrir del cuerpo
hundido en los minutos
horas y segundos
invencibles dragones.
Hoy arrastro despojos
cual si hubiera llegado
a plagiar a mi padre.
Cada instante controlo
el reloj que en su avance
lo creo incontrolable.
Por culpa de mi viaje
a un lugar destruido
de humanoides estrábicos
(modernos esclavistas)
he perdido dominio
de evacuaciones fatales.
Ahora paso mis días
unido a la inútil
condena de un cordón
como si fuera ombligo
este centro del mundo
de un cuerpo doloroso.
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