La principal ocupación de Alejo Blanco consitía en la búsqueda por de la mujer perfecta. Entonces determinó salir rumbo a Buenos Aires con el propósito de escapar de la soledad en que se debatía.
La tristeza lo cercaba al punto de extraerle un llanto de perro adolorido y prendió un reverbero de alcohol, colocando encima una cacerola con agua y se metió en el baño. Terminado el aseo, salió con la mirada muerta. Se preparó entonces un té bien cargado bebiéndolo sorbo a sorbo para olvidar lo inútil de una existencia sin amor.
(De mi libro Minicuentos que no son cuentos)