El rey
Ectobaldo Tercero murió sin dejar descendencia legal, y se presentó a reclamar
el derecho de mayorazgo uno de los hijos de su barragana favorita. Como éste
padecía de dislalia, lo que en buen argot castellano llaman gaguera,
lo representaba su padrino Federico Chivís.
Atildado,
don Federico expuso ante el consejo de la regencia con suma economía de
palabras sus importantes razones para que su ahijado Gaspar de la Caridad
Mósteles y de la Cuadra de Lopearriba fuese coronado monarca absoluto de todas
las Hispanias Americanas y Peninsulares: el excelso Gaspar, al no saber
expresarse adecuadamente, no podría aburrir a la Alta Cámara de la corte con
extensos discursos.
El Consejo
de la Regencia adoptó su decisión por mayoría simple, como una muestra de los
afanes democráticos que impulsaba a aquella gavilla de ancianos enquistados en
sus levitas, la decisión de coronar a Gaspar Único como monarca eterno.
Al llegar al poder, el nuevo rey implantó como
idioma oficial del reino el llamado lenguaje del silencio. La única forma de
lograr que los súbditos se acostumbraran a pensar.
De mi libro Minicuentos que no son cuentos de caminos