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El proceso de creación de mi novela LA JAULA DE LOS GOCES

 

Hubo para mí tres momentos muy importantes durante la creación de La jaula de los goces: mientras la pensaba, durante su escritura y en la fecha de su primera publicación por parte de la editorial cubana Oriente. Si comparto aunque sea brevemente este tema es porque quizás a los lectores les resulte interesante conocer aproximadamente cómo se fragua una novela y los escritores que me lean puedan compartir experiencias similares o diferentes, e incluso no estar de acuerdo con algunas cuestiones que afirmo. 

 

Cubierta y contracubierta de la novela publicada por Editorial Oriente

 

 

Esta novela nació dentro de mí de la siguiente manera: algún día del año 1989 concluía la lectura de la novela La nave de los locos y comparaba su argumento con algunas experiencias personales en ciertas oficinas a las que concurría una y otra vez en relación con trámites imprescindibles para construir mi vivienda, oficinas en la cuales chocaba una y otra vez contra la barrera infranqueable del burocratismo.

No es que anteriormente no hubiera chocado con ese mal (humano por demás; ni los perros ni los gatos se sientan frente a buróes) que nos conduce en ocasiones a tratar a los demás como si no existieran. En estas visitas a las oficinas burocratizadas se me hacía evidente la inferioridad del burócrata, su posición de homúnculo o de pequeño rey sin corona, cuyo único poder es hacernos esperar innecesariamente, negarnos un derecho elemental ante la vida y vernos a sus pies cual modernos esclavos rogándole por favor, déjeme pasar por esa puerta cerrada con diez candados.

Primero escribí un cuento titulado El mecanismo que incluí en mi libro El reloj, ese asesino y a medida que iba a esperar una y otra vez a las innumerables oficinas que por toda la ciudad tenía la entidad llamada Dirección Municipal de la Vivienda lo que llegó a convertirse para mí en un suplicio, concebí la escritura de una novela.

En aquella época, creía en el valor de la literatura para cambiar en bondad la maldad de nuestras almas humanas. No sabía que entre otros especimenes del género, el burócrata no lee novelas ni otros textos como no sean los de la propia burocracia. Y cuando se ve obligado a leer textos que atacan al burocratismo, no se reconoce jamás en ellos.

Uno y otro día pensando en cómo llevar a la realidad literaria una realidad real, me condujo a personajes que podrían representar personas.

Los nombres al principio fueron los mismos de las personas reales, aunque al final los escogí por su sonoridad en unos casos, en otros por la burla que significaban contra gente que conocía y eran así de estúpidos. La carga semántica y psíquica de los nombres de mis personajes siempre ha ejercido una magia sobre mí, por lo que jamás desprecio buscarlos dentro de las posibilidades por su originalidad.

Caminaba por las calles y pensaba en los nombres. Esperaba en una cola y creaba una situación. Estaba en mi trabajo y de pronto se me ocurría una escena. Observaba a un burócrata y descubría en él un gesto que jamás le había visto.

De aquella manera, tuve una idea inicial de una novela que cual un panóptico, estaría rodeando la vida de mis personajes para observarlos en un original experimento como si fueran aninamalitos de laboratorio. De ahí el primer título que tuvo esta novela: Panopsis.

Con aquel bagaje inicial ya la obra estaba lista para su escritura. Los nombres de los personajes no eran simples patronímicos o apellidos supuestos, sino seres de ficción que bullían dentro de mi cerebro, acompañándome a cualquier lugar que viajaba, invadían mis sueños y no me dejaban tranquilo durante el día.

Ya yo sabía a estas alturas que Clasto Edginebrés sería el hilo conductor de la trama y un primo mío llamado Rolando me aportó desde la lucidez de sus bocetos pictóricos que me dejaba en los libros de literatura que me devolvía, un nombre inquietante: los Universianos, seres de piel como escamas brillantes, puro surrealismo que fue conformando mi mundo fabular.

Clasto de inicio fue un policía porque la novela pretendía ser del género que suele llamarse novela negra, e investigaba un crimen que nadie había cometido. Sin embargo, con el paso de las horas, los días, las semanas y los meses, Clasto se fue convirtiendo en un filósofo, oficio más acorde con aquel absurdo mundo que yo iba fabricando en las notas escritas en cualquier tipo de papel y a escondidas de mi jefe en ese tiempo, el ingeniero José Ángel Avadí quien ahora reside en Ecuador y fue en realidad el crítico de mis capítulos iniciales, a partir de que le confesé que aprovechaba los ratos de la merienda y las reuniones burocráticas en las que debía participar en su compañía para elaborar el plan de una novela.

Cuando ya tuve terminado un proyecto coherente por cada capítulo y Gaspar se convirtió en la sombra de un poder omnímodo en aquella oficina a la que llegaba Clasto Edginebrés en un pequeño bote de remos para solicitar una planilla con el propósito de regresar al Continente, lugar de donde venía, me dije que algo no funcionaba correctamente en mi proyecto: Gaspar era solamente una especie de recepcionisto que impedía la entrada de enemigos en los predios de su jefe, es decir, un fiel cancerbero que cuida al amo de ningún peligro.

Al comprender que la lógica interna de la novela no funcionaría de tal manera, la transformé en La jaula de los goces, no ya como una oficina de trámites burocráticos (ese era el mundo fabular en sus inicios) porque se trataba de un espacio demasiado estrecho para mis propósitos.

La oficina pasó a ser la Isla de Creti, algo más coherente con la llegada de Clasto en un bote de remos en tanto que el recepcionisto tomó el nombre de Caivás Edjuvitas, especie de Ministro del Interior de lo que a partir de ese momento pasaba a ser Creti, la isla donde gobernaría como rey eterno Gaspar Único, por obra y gracia de la Sociedad Universal de los Goces.

Una vez acordado conmigo mismo que Gaspar Único regiría los destinos de Creti, formé un gobierno que se encargaría de mantener incólume la burocracia, ya ahora no tanto como burocracia pura sino como absurdo mundo donde sus habitantes “piensan y hablan al revés y sin verbos” (frase textual en la novela).

Como el gobierno de Creti requería de algunos personajes imprescindibles en un reino absurdo, fueron apareciendo con el transcurso de los días la reina Lila, esposa de Gaspar, quien se encargaba junto al maestresala Benedicto, algo así como el sacerdote principal de la Sociedad Universal de los Goces, de alimentar a los mendigos con sopa de chorizos donde no navegaba ningún chorizo; Benjamín Toresano, edecán absoluto del Rey Gaspar y en realidad el verdadero gobernante detrás de la sombra del monarca; el canciller del reino Cornelio Huerta, individuo cuyo éxito esencial era el triunfo entre los hombres debido a la hermosura y ligereza de su esposa Idelfonsa Isabel. Fui delineando poco a poco los restantes personajes de una isla donde a lo azul se le llamaba verde y lo marrón se conocía como amarillo. La negación del valor de los significados para confundir a los habitantes de aquel absurdo mundo donde la verdad y la mentira eran simples quimeras.

Los antagonistas aparecieron sin que yo mismo lo advirtiera, como una consecuencia del espacio fabular que vivía dentro de mí mientras iba viviendo de manera cotidiana en un mundo real donde a veces encontraba a reyes tan absurdos como Gaspar Único. Primero diseñé la figura genérica de los mendigos que vivían de la sopa que por caridad obligada, para que no se rebelaran, les repartían la reina Lila y el maestresala Benedicto; luego necesité de alguien que luchara por el derecho de ellos a la vida ya que no eran capaces de luchar por sí mismos y me pareció que debía existir entonces un tal Juan Dequidad que los liberara de la fábrica de ilusiones y de las medias lunas azules que les grababan los guardias de Caivás Edjuvitas cuando acumulaban la cantidad límite de puntos en sus tarjetas de conteo.

Juan Dequidad fue surgiendo por la urgencia que yo tenía de conducir la trama hacia un final al menos optimista, pues no he sido partidario que ninguna de mis novelas les deje un sabor salitroso en la boca a los lectores, por ser de los que piensa que si bien la literatura no resuelve nuestros problemas humanos, al menos debe ayudarnos a convertir el mundo que nos rodea en un cálido rincón donde pasar la noche, como dice un fragmento de mi cuento EN MI PUEBLO NADIE ME QUIERE.

Cuando encontré a Juan Dequidad, Clasto Edginebrés comprendió que su lugar en Creti no podía ser el de simple espectador y entonces se sintió obligado a buscar a aquel hombre invisible al que solamente podían ver los mendigos. Encontré fabularmente a la Isla de las Rosas, un lugar que sin llegar a ser una realidad corpórea requería estar enclavado entre coordenadas posibles. La lógica del mundo fabular mío tenía que prevalecer por encima de los absurdos de la vida real.

(Les ofreceré un próximo artículo que he titulado "Lo que viví cuando quise publicar LA JAULA DE LOS GOCES").