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EL MAESTRO Y EL POLICÍA

 

El silbato resuena en los oídos del conductor quien detiene la marcha en seco. Brusco. Respetuoso.

–Los documentos –dice de la peor manera el oficial de policía y mientras anota, masculla una canción de moda. Apenas levanta la mirada para exclamar–: ¿No vio usted la señal?

El conductor no responde, porque ha comprendido que los ojos vidriosos del oficial delatan el hálito amenazante de quien espera una ofensa para extraer el arma de reglamento.

Al paso de los días, inician las clases. Es una oportunidad en que los padres acostumbran a acompañar a sus hijos pequeños que asisten a la escuela por primera vez. Vuelven a encontrarse los dos hombres, aunque es diferente la circunstancia.

Ahora, el oficial de policía no trae el silbato, porque su mano sostiene con delicadeza una muy pequeñita. Cuando levanta la mirada, encuentra la sonrisa del maestro invitándolo a dejar al pequeño bajo su cuidado.

El maestro no ha olvidado el hálito amenazante y los ojos vidriosos.

De mi libro Minicuentos que no son cuentos de caminos